Jesús se manifiesta de manera diversa a los apóstoles. Ellos van convenciéndose de la resurrección cuando Jesús realiza algunos signos que le llevan a captar su presencia real. Los signos tienen que ser sensibles, ser captados por los sentidos para que tengan valor de signo. Por eso Jesús, ya resucitado, se reviste de aspecto corporal, realiza acciones concretas perceptibles por los sentidos, que conducen a la fe de los apóstoles: a María la llama por su nombre, ella con la vista no le reconoció.
Tampoco le reconocieron los discípulos de Emaús y hacía unos días que le habían visto; pero le reconocieron al partir el pan, caldeados antes su interior por las palabras de Jesús. En el evangelio de hoy, los apóstoles ven a Jesús y no le reconocen; “se abre su entendimiento” cuando comparte el pez asado, y escuchan que en él se ha cumplido lo previsto en la Escritura.
Los signos que fortalecen nuestra fe 1º El testimonio de los apóstoles. Los apóstoles se juegan su vida -y la pierden- por defender la resurrección ante los testigos de la crucifixión y muerte. Y lo proclaman con valentía, como hace Pedro, según leemos en la primera lectura.
2º Sentir al hermano. Es decir: cuando compartimos lo que somos y tenemos, Al partir el pan lo reconocieron los discípulos de Emaús; al compartir el pez asado los discípulos en el evangelio de este domingo los apóstoles.
3º Hacer vida la fe. Como indica en la segunda lectura, “guardando sus mandamientos”. Es así como llegamos a conocerlo, afirma Juan. La fe se fortalece, viviendo de acuerdo con lo que ella nos pide. En fin, nuestra fe en Jesús resucitado se manifiesta, y se fortalece, en el esfuerzo continuo por seguirle.
Tener fe en el Resucitado Cuando nos familiarizamos con su evangelio, cuando acomodamos nuestra vida a la suya, cuando mantenemos la confianza en un Jesús que sigue presente en nuestra historia, la colectiva y la individual, tenemos fe en el Resucitado. Esto nunca será perfecto. Por el contrario, con numerosas limitaciones. Pero siempre nos queda lo que pide Pedro a quienes le escuchan “arrepentíos y convertíos…”
Esto es lo que celebramos en la Pascua: la alegría nunca colmada, siempre entretejida con los dolores del vivir y el convivir, los de nuestro ser, que se manifiesta en actitud esperanzada y confiada, porque Jesús pasó por el dolor, pero mantuvo y proclamó la esperanza de su resurrección, que ahora vivimos y celebramos. Fray Juan José de León Lastra Convento de Santo Domingo (Oviedo)